Desde hace un tiempo vengo leyendo comentarios, mayormente de gente universitaria, que habla de la “coherencia” en la obra de algunos autores locales. Por lo general se refieren a poetas, y supongo que algo así se da también en todo el país, provincia por provincia, ciudad por ciudad.
Mis muchos años en el oficio me permiten encontrar en esos comentarios sabihondos un gran desconocimiento de la realidad, sobre todo económica, que envuelve a la materia de sus comentarios. Poetas coherentes hay en todas partes, y cada región tiene algunos. Que sus obras lleguen “coherentemente” a los lectores ya es otra cuestión, que nada tiene que ver con la creatividad. Pero esa consideración quedaría fuera de la sesgada competencia universitaria donde una obra es la punta del iceberg y no la tremenda mole que flota por debajo.
Un poeta puede ser muy coherente con su obra, pensarla y ejecutarla de pe a pa, equilibrando fondo y forma a la perfección; pero si no puede publicarla en ese orden (y aquí aparece el poderoso caballero Don Dinero, del que hablaba Quevedo), esa obra llegará a los lectores fragmentada y en desorden. Y así, por supuesto, no hay coherencia que valga. Los libros del autor no-pudiente tendrán que valerse por si mismos, de espaldas al flujo creativo que los produjo, condenados a ser pequeñas islas; y, su autor, apenas un escribidor de cosa varia.
Un buen poeta, con dinero suficiente, puede publicar su obra por orden según la fue pensando, y darle esa coherencia que tanto deslumbra a los entendidos.
Un buen poeta, sin dinero para publicar, tendrá que esperar la llegada de algún mecenas (que cada vez hay menos) o ganar algún premio que incluya la edición del libro galardonado. En esas condiciones no hay coherencia en la obra expuesta, sino chispazos que tendrán que valerse por sí mismos.
Por eso, para no abrumar, quisiera que esos estudiosos (sobrecargados de teorías literarias que, por lo general, no les permiten ser creativos a ellos mismos) repiensen algunas de sus apodícticas verdades, que sólo sirven para empequeñecer al sector no alabado. Entiendo que es más sencillo opinar acerca de lo que se tiene a mano, pero siempre es mucho más serio afilar con cuidado el lápiz de los dictámenes y ver qué hay detrás de la cortina.
No todos los poetas son coherentes, por supuesto; pero cada provincia, y por ende el país, tiene muchos más que los tres o cuatro que creyeron descubrir algunos catedráticos con acceso a todos sus libros. Llegar a los que, por esas crueldades de la economía, publicaron en desorden, tendrá cierto carácter antropológico, pero créanme que el resultado será mucho más satisfactorio, y con una pizca de justicia.
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Rogelio Ramos Signes – Escritor.